martes, 14 de febrero de 2012

contruccion sostenible en el 3er mundo


Uno de los derechos fundamentales del ser humano es el una vivienda digna. Lo que quiere decir que todos los habitantes de este nuestro planeta deberían poder acceder fácilmente a este derecho prescindiendo de su cultura, raza, religión, enclave geográfico o situación económica.
Con vivienda digna, no me refiero a campamentos precarios de infraestructuras, ni chabolas que no resisten cualquier fenómeno geológico o meteorológico. Además, cuando sucede una catástrofe o hay que reconstruir un país desolado por alguna guerra estúpida, no se ponen los cimientos de ciudades o poblaciones sostenibles. Grandes empresas se reparten el pastel de la reconstrucción sin importarles nada más que lo que pueden ganar con lo que su propio país ha causado y no se preocupan del medio ambiente ni de la dignidad de los supervivientes.
Los campamentos están bien como medida de emergencia. Pero no deberían de durar más del tiempo necesario en el cual sea posible construir viviendas sólidas, duraderas y sostenibles. Esto quiere decir que este tiempo no se debería prolongar en años.
Una de las dificultades por las cuales a veces se demora el acometimiento de estas construcciones es el económico, pues al tener que desplazar a trabajadores cualificados, supone un gran gasto. Esto se podría solucionar en parte con la contratación y formación de las personas que viven allí y solo desplazar a los formadores y técnicos imprescindibles. Así las personas autóctonas obtendrían también unos ingresos que ayudarían a paliar su maltrecha economía familiar.
Una vez formados, ya tendrían en sus manos la autonomía necesaria en caso de otra emergencia y no depender tanto de fuera, con el consiguiente endeudamiento.
Los materiales a emplear tienen que proporcionar rapidez de construcción, reciclables, no contaminantes, que ofrezcan un buen aislamiento y así hacer de la casa una vivienda eficiente. En este caso la madera es una opción muy a tener en cuenta. También deben de provenir de explotaciones controladas y certificadas, garantizando la sostenibilidad de los recursos naturales. A ser posible, se deberían respetar las necesidades específicas de cada comunidad en su ámbito cultural y tradicional. Por ejemplo si es una sociedad agrícola, ganadera, industrial, artesanal, etc. o la propia organización de las familias.
Estos proyectos deberían ser gestionados por organismos sin ánimo de lucro.

Una forma de dignificar la vivienda es cambiar en la medida de lo posible la organización de las ciudades huyendo de la masificación en bloques de viviendas impersonales en los que el espacio no es el suficiente para vivir con comodidad. Hay que expansionar o esponjar el entramado urbano, incluso construir poblados extrarradiales con los criterios arriba mencionados. Claro que esto precisa de la colaboración de los gobiernos afectados y no dejarse deslumbrar por el brillo de los especuladores y facilitando el desplazamiento rápido y barato.

Estos poblados o comunidades deberían poder autogestionarse energéticamente promoviendo y apoyando energías renovables y el aprovechamiento y ahorro de los recursos naturales de los que se disponga y si no hay suficiente, poder interactuar con los que tengan un excedente. En resumen crear sociedades cooperativistas en vez de competitivas.

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