martes, 12 de abril de 2016

EXTRAMUROS



                                      



                                       
                                            EXTRAMUROS 
      

Érase una vez un niño que vivía en un castillo con doble muralla y torreones muy altos. Era realmente un castillo imponente.
Todo el mundo parecía feliz viviendo dentro de sus muros. Se comentaba que fuera, un poco a la derecha por donde se pierde la vista, no existía nada, salvo bestias feroces, ogros y toda suerte de criaturas malvadas que seducían a los curiosos para después comérselos, así que además, nadie sentía necesidad de averiguarlo.
En el castillo vivía un rey muy poderoso y todo lo que él decía era acatado sin la menor duda. De hecho estaba prohibido dudar.
El niño crecía sin preocuparse mucho de las cosas pues pensaba que toda la vida dentro de los muros era lo “normal”.
Pero desde que era bien pequeño sentía una gran curiosidad por las cosas y siempre estaba preguntando al maestro el porqué de todo. Al final el maestro cansado de tanta pregunta y para no tocar temas delicados siempre le acababa dando la misma respuesta: “Por que lo dice el rey”.
El niño tenía grandes dudas de que todo lo que decía el rey fuera lo mejor, pero como estaba prohibido dudar, no se atrevía a expresarlas, no fuera ser que lo castigaran.
Antes de que se me olvide, deciros que el castigo consistía en que se dejaba de querer al que cometía los diversos delitos y apartaban al infractor. Y se sentía rechazado y era muy, muy triste. Snif, snif.
El niño fue creciendo y se fue convirtiendo en un muchacho fuerte y voluntarioso, siempre dispuesto a ayudar a quien se lo pidiese sin importarle cuanto esfuerzo costaba.
Seguía con sus dudas pero había aprendido a camuflarse bien para que la gente lo siguiera queriendo.
Muchas veces subía al torreón más alto y desde allí intentaba ver que había más allá de los muros y preguntándose que cosas terribles habría allí para que la gente tuviera tanto miedo. Y allí en la soledad del torreón le daba rienda suelta a su imaginación y fantaseaba y se imaginaba a sí mismo convertido en héroe de mil historias y galán de otras tantas hasta que se hacía de noche y el primer rayo de luna le devolvía invariablemente a su resignada realidad.
Un día, paseando por el mercado a donde iba a menudo a exponer y poder vender sus dibujos, pues desde pequeño había descubierto que se le daba bien, fue cuando la vio. La muchacha más hermosa que había visto en su vida y quedó irremediablemente prendado de su belleza y de una mirada serena y enigmática. La siguió un rato para saber quien era. Ella iba con una amiga y se reían de algo. Oh! que risa más cautivadora. Comentaban algo de cómo les gustaría que fuera su hombre ideal. No escuchaba muy bien, pues iba un poco rezagado para no levantar sospechas, solo pillaba palabras sueltas entre las que escuchó guapo… apuesto… bien posicionado…  y algo que acababa en “ero” y otra palabra que acababa en “oso”. Y también su nombre, Hermenegilda. Oh! que nombre más bonito.
Sabía que no estaba bien eso de espiar pero no podía evitar estar pendiente de lo que decían allí, parapetado detrás de un ficus gigante, fantaseando de cómo sería que ella se enamorase de él.
Desde aquel día, procuraba hacerse el encontradizo y disimuladamente las seguía para saber más cosas de ella.
Pues bien, uno de aquellos días en el que hacía prácticas del arte del espionaje para torpes ocurrió un acontecimiento que cambiaría su vida para siempre.  
Por la calle abajo subían dos mozos cargados con lo que parecía un tablero gigante que parecía muy pesado pidiendo paso.
-cuidado… cuidadoo!!
Al pasar por donde se encontraba él, se dio cuenta que portaban un espejo y al verse reflejado en el pensó: “pero ¿dónde crees que vas? ¿Tú te has visto la pinta que tienes? ¿Cómo vas a esperar que una muchacha tan hermosa se fije en ti?”
Leafar… Ah ¿No os lo había dicho antes? Bueno, ese era su nombre. Sus padres le habían puesto ese nombre en honor de un héroe antiguo que según decían fue uno de los fundadores del castillo.
Pues bien, Leafar pensaba que no era guapo, era terriblemente vergonzoso, con esa maldita reacción cutánea que le hacía ponerse colorado cada vez que era objeto de observación y además sus padres eran más bien pobres.
Así que decidió escabullirse y olvidarse de lo que a él le parecía un sueño imposible. Dio dos pasos hacia atrás, se volvió y se tropezó con un anciano bastante raro que parecía forastero. Era bastante alto, lo suficiente como para que todo el rostro de Leafar quedara incrustado en medio de la poblada barba del anciano.
Apartando los pelos de la barba miró hacia arriba descubriendo unos ojos sabios y escrutadores.
-Huy! Perdón, no le había visto. Verá… es que yo… estaba aquí…y ya me iba…
- Se lo que estabas haciendo -contestó el anciano sonriendo y señalando con la mirada hacia donde estaba Hermenegilda.
Uf! Qué vergüenza, lo habían pillado.
-Así que piensas que eres poca cosa y no te ves ningún atractivo, ¿eh?
Leafar se quedó petrificado. ¿Cómo es posible que este hombre supiera lo que él sentía? Pero su insaciable curiosidad podía más que el espantoso miedo que sentía en aquellos momentos. Así que apartándose un poco le preguntó:
- ¿De donde has salido tú? No pareces de aquí, aunque es bastante improbable pues nadie entra o sale del castillo.
- Pues del espejo.
-¿Del espejo? Anda ya. -Solo le faltaba encontrarse con un chiflado.
- Pues sí, allí estaba yo. No me has visto porque estabas demasiado obsesionado concentrándote en ti mismo y en tu distorsionada imagen y no has visto todas las cosas que hay dentro, incluido yo. Soy, por decirlo así, un buscador de corazones. Y al pasar he visto el tuyo, que me ha llamado poderosamente la atención. No pienses que voy abordando a la gente a diestro y siniestro, solo cuando veo algo que vale la pena y hoy lo he visto.
-Pero yo… yo no soy gran cosa.
- Y dale! Ya veo que no tienes un alto concepto de ti mismo. Pero no te preocupes, suele pasar que las personas ajenas a nosotros mismos ven con más claridad las cualidades que tenemos. A nosotros nos cuesta más.
El anciano clavó los ojos en Leafar y le dijo:
- Te voy a hacer una pregunta: ¿En estos momentos que es lo que más deseas?
- Pues quiero ser guapo, rico y famoso.
- ¿Estás seguro de que es eso lo que quieres?
- Bueno, lo de famoso tengo alguna duda porque soy bastante vergonzoso.
El anciano se quedó mudo unos momentos y prosiguió.
- Te vuelvo a repetir la pregunta ¿Es eso lo que realmente quieres? ¿Qué se supone que te permitirían tener estas cosas que deseas?
- De momento podría enamorar a Hermenegilda y después ser respetado por todos.
- ¿Y con eso serías feliz?
- Oh, ya lo creo.
- Pues yo creo que en realidad no quieres ser ni guapo, ni rico, ni famoso. Esto son solo cosas superficiales y temporales, tienen su grado de importancia pero no definitiva. ¿No será que en realidad lo que quieres es sentirte amado?
- Bueno, mirado así…
- Otra pregunta, ¿Crees que teniendo estas cosas serías más libre? Porque, recuerda, soy un buscador de corazones y he visto que el tuyo ansía la libertad, que te pasas horas soñando en ver y saber que hay más allá de los muros, que no te queda bien vivir encorsetado dentro de estas paredes.

Leafar se quedó pensativo asombrado de cómo el anciano daba en la diana una vez tras otra.
- Pero está prohibido salir. – Le contestó.
- Ya y tú siempre obedeces lo que dicen los demás ¿no?
Después de un silencio el anciano le dijo:
- Yo te puedo ayudar. ¿Quieres?
- Oh! ¿De verdad lo harías?
- Pues claro. No me gustaría echar a perder ese corazón. Pero tienes que poner algo de tu parte.
- Haré lo que sea. Si es necesario me subo al torreón más alto y vigilo para ti o te busco documentos secretos.
- No, no hace falta. Lo primero que tienes que hacer es salir del castillo y empezar a caminar.
Leafar se quedó completamente descorazonado. ¿Cómo se atrevía a pedirle eso? ¿Quién se había creído que era? Eso era imposible, nunca podría volver y ya nadie le querría. Además ahí fuera existían criaturas feroces que darían cuenta de él en un plis-plas. Demasiados peligros. Completamente enfadado se volvió hacia el anciano y le dijo:
- ¿Es así como me quieres ayudar? Ya te puedes volver a tu espejo y dejarme en paz!
Y se volvió enfurruñado.
El anciano se aproximó a Leafar y le dijo al oído con un tono apenas por encima del susurro:
- Tú no lo sabes todavía pero yo tengo algo infalible, indicado para todo tipo de situaciones y problemas. Tengo magia… - esbozando una sonrisa.
Leafar se volvió de nuevo hacia él.
- ¿Magia?
-  Si, magia. ¿Sabes lo que es, no?
- Claro hombre! Que sea tímido no quiere decir que sea tonto. ¿Y como se supone que me va a ayudar tu “magia”?.
- Un momento, no seas tan incrédulo. Deja a un lado la lógica por un rato y escúchame.  Mira, he cogido tres cosas que si te hubieras fijado bien también estaban en el espejo. Con esto tres objetos podrás sobrevivir y te darán lo que necesitas en su momento. Por nada del mundo las pierdas. No hay recambio.

Acto seguido saco de su bolsillo tres cajitas, cada uno con una inscripción en la tapa y se las mostró.

- Si decides dar el paso me encontrarás en el espejo y recuerda, si quieres conseguir a Hermenegilda tienes que salir de aquí. Tendrás que llegar a la montaña sagrada y buscar  un objeto único, lograr abrirlo y dentro encontrarás tu verdad y con ella podrás conseguir todo lo que deseas en esta vida.

Leafar se quedó un buen rato dándole vueltas a este insólito encuentro y a tanto misterio. Tenía miedo pero al mismo tiempo sentía un impulso irrefrenable que iba más allá y le tiraba inexorablemente hacia esa loca aventura que podría acabar para siempre con todo lo que conocía hasta ahora y que hasta ese momento le había proporcionado esa sensación de comodidad y seguridad. Volvió a mirar a Hermenegilda que ya se alejaba con su amiga y se dijo que ella valía todos los peligros que pudiera haber.
Así que se armó de valor y se fue a buscar al anciano.
De pronto cayó en la cuenta de que no se había fijado donde se llevaban el espejo. Miró a un lado y luego al otro y no veía ningún indicio de donde podrían haberlo llevado. Anduvo durante horas preguntando aquí y allá si alguien había recibido un espejo grande muy raro. Nadie le supo decir nada. Con los ánimos por los suelos decidió volver a casa. Decidió dar un rodeo para hacer tiempo pues no tenía ánimos de encontrarse con nadie conocido y tampoco hablar con sus padres y se fue por una calle sombría como sus pensamientos en ese momento. De pronto de un portal oscuro escuchó un siseo e impelido por la curiosidad se asomó y ¡Ostras! Allí estaba el espejo apoyado en una pared, pero ni rastro del anciano. Ya empezaba a dudar de que todo aquello hubiese sido real cuando descubrió sentado en la escalera al anciano.
-Hola Leafar. Te esperaba antes, quizás te he sobrevalorado, hum… Pero bueno aquí estás. ¿Te has decidido?
-Creo que si no lo intento me arrepentiré el resto de mi vida. De todas formas esta ciudad se me ha quedado pequeña. Y el amor ha sido hoy más fuerte que mis miedos. No sé mañana. Aun así iré.
-Muy bien! Un gran primer paso. Aunque te advierto que las cosas a veces suceden de una manera diferente a como tenemos pensado. Lo que nos parece a veces un ideal elevado luego no lo es tanto cuando conocemos la realidad de algunas cosas y algo que se nos había pasado inadvertido cobra una vital importancia.
Leafar con ilusión pero todavía con el miedo y la incertidumbre de lo desconocido empezó a dirigirse hacia la puerta de la ciudad que daba al norte. El anciano lo miraba con una mirada entre orgullosa y dudosa. Lo llamó una última vez.
- Eh! Espera, ¿no te olvidas de algo?
- Ay sí, me dijiste que me ayudarías con las cosas aquellas. Menos mal!  No sé qué haría sin la magia. Seguro que no llegaría muy lejos. Gracias, gracias.
-Pues toma, tus tres cajitas. Solo unas pequeñas instrucciones. Recuérdalas porque solo te lo diré una vez.  Son solo de uso personal, o sea que solo las puede usar una persona, no son colectivas. Otra cosa, las podrás usar una sola vez, así que las has de utilizar solamente cuando sea estrictamente necesario.
El anciano le puso la mano en el hombro y se despidió de Leafar deseándole suerte y un último consejo:
-Recuerda que tu éxito está al otro lado de tus miedos.

Leafar a continuación fue a su casa para recoger las cosas que él consideraba imprescindibles para el camino y las fue introduciendo en su inseparable mochila: provisiones, algo de ropa limpia, una brújula, una navaja, cerillas y algunos cachivaches más. Luego le contó a sus padres que estaría unos días en casa de un amigo y se marchó.
Se dirigió con sigilo a la puerta norte porque él ya sabía que era la puerta menos vigilada y donde el muro era más bajito así que no le costó mucho esfuerzo sortearlo.

Bueno, y ¿ahora qué? ¿Hacia dónde dirigirse? ¿Dónde estará la montaña sagrada y como la reconoceré? Leafar empezó a caminar sin una ruta definida. Eligió un camino solamente porque le gustaron las flores que crecían en sus orillas. Al poco rato llegó al bosque y pensó: “Bueno, allá vamos. No sé qué criaturas habrá ni si llegaré vivo y con un primer paso se adentró en el bosque esperando que de un momento a otro se encontraría con lo que pondría fin a su aventura y a su amada. Pasó un largo rato y no sucedió nada, solo había visto unas ardillas, que no parecían muy feroces por cierto y pajarillos que cantaban y revoloteaban sin la más mínima intención de abalanzarse sobre él y devorarlo. ¿Es posible que todo lo que le habían contado solo fueran cuentos para atemorizar y que todo eso de las criaturas no fuese cierto? De todas formas habría que estar atento por si acaso.
 Fue recogiendo frutos del bosque y plantas que sabía que eran comestibles para proveer la pequeña despensa de su mochila.
Pronto se hizo de noche y se hizo necesario buscar un sitio donde dormir. Miró a su alrededor y vio un árbol con una gran copa que parecía confortable y se encaramó a él. Le llamó la atención un símbolo grabado en una rama que parecía un arco con su flecha preparada. No le dio demasiada importancia y sacó sus provisiones para comer algo. Rebuscó dentro de su mochila y cenó frugalmente. Luego se acurrucó para dormir  pero con sus sentidos alerta por si le acechaba algún peligro.

Al cabo de un rato le despertó un ruido, se asomó y descubrió horrorizado una bestia peluda enorme que parecía un lobo pero mucho más grande y que andaba apoyándose sobre sus patas traseras dando vueltas al árbol mirándolo con sus ojos rojos, con esa mirada que ponen los depredadores sobre sus presas esperando el momento oportuno para abalanzarse.
Leafar estaba petrificado. Sí que había durado poco su viaje, pensaba. Iba a morir a las primeras de cambio. Porqué me habría metido en este berenjenal, con lo tranquilo que estaba en casa. De pronto recordó el  motivo de todo aquello y empezó a buscar la manera de salir de esta amenaza. Pero no veía cómo y se descorazonó.
La criatura en ese momento habló y le dijo:
-Hola Leafar, hace tiempo que te espero. Llevo días sin comer para saborear mejor tu suculenta carne. No te esfuerces en buscar la salida, tengo paciencia.
Leafar le contestó:
- ¿Quién eres y como sabes mi nombre?
- Mi nombre es Locura y te acecho desde hace mucho tiempo. Además soy indestructible y no te podrás deshacer de mí.
Leafar se sintió morir. Se acordó de una leyenda sobre esta bestia que se contaba que si te devoraba, después de pasar por sus tripas salía una persona totalmente diferente, que no lo conocía nadie y él no conocía a nadie tampoco. Si sucumbía a esta bestia, ¿qué sería de él? Nadie le querría, huirían de él, estaría solo y apartado siempre, nadie lo tomaría en serio y se reirían de él todos, hasta los niños. Ya no sería nada de nada.
Cuando empezaba a perder la esperanza cayó de pronto en la cuenta que tenía algo con lo que luchar. Claro!… la magia del anciano. Sacó las cajitas y las observó y en una de ellas había un dibujo de una bestia.
-Esta tiene que ser.
De pronto le entraron dudas. Recordó lo que le había dicho el anciano. “solo la podrás usar una sola vez”. ¿Y si le hacía falta más adelante? Quizás había otras criaturas mucho más peligrosas. Decidió por fin usarla pues él sabía que eso que tenía allí abajo era el miedo más grande que le atormentaba. Si eran fuertes eso lo podría solventar, pues él era fuerte también y si eran rápidas él también lo era, así que  se volvió hacia la bestia y le dijo:
- Con esto no contabas, eh? Y le mostró la cajita.
- Ja ja ja. Y crees que con eso puedes hacerme algo?  Te he dicho que soy indestructible.
Leafar abrió la caja y dentro había unos polvos. Vaya, pensó. Quizás esperaba algo más espectacular. Pero por alguna razón tenía fe en el anciano. Los cogió y se los lanzó
-Y que se supone que vas a hacer con esto? ¿Rebozarme como una croqueta? – Contestó la bestia riéndose a mandíbula batiente.
Pasó un rato y no sucedió nada. Y Leafar, ya completamente desesperado tomo la decisión de acabar ya de una vez con todo aquello y se dijo que si tenía que morir lo haría luchando dignamente. Asió su cuchillo y se lanzó contra aquel imponente animal emitiendo un poderoso grito. Aaarrrrgggg!!!
Entonces la bestia abrió sus fauces para engullirlo y cuando ya estaban a punto de encontrarse la bestia desapareció de repente y Leafar, con la inercia de su salto se dio un morrazo contra el suelo todavía gritando y con la mirada furiosa. En lugar de la bestia solo había quedado un frasco con una inscripción. Leafar asió el frasco y leyó lo que decía:
“Pequeñas dosis de locura, necesarias de vez en cuando”
Pues es verdad, se dijo. Resulta que sí que era indestructible.
Miró la cajita y pensó que no era tan mágica como pensaba pero al mirar dentro leyó una inscripción que ponía: Instrucciones: Lanzar los polvos y esperar media hora para conseguir sus efectos.
Esto de hacer las cosas sin mirar antes… La próxima vez miraré mejor.
Con la confianza y las fuerzas renovadas continuó su periplo acordándose de su amada y diciéndose que nada en el mundo le haría retroceder.

Mientras caminaba de nuevo iba descubriendo un mundo que nunca hubiera sospechado que existía encerrado como estaba entre aquellos muros. Era un mundo extraordinario y a la vez misterioso. Criaturas extrañas iban apareciendo y desapareciendo mientras se iba adentrando en aquel fabuloso bosque. Algunas descaradas y juguetonas y otras tímidas y huidizas.
Cansado ya de caminar decidió descansar un rato y se sentó al pie de un árbol. Abrió su mochila para comer algo y cuando iba a probar el primer bocado un ruido lo distrajo. Aguzó el oído para identificar la naturaleza del sonido y le pareció escuchar a alguien llorar. Guiándose por su oído se acercó a la fuente del sonido y ahora sí que estaba seguro de que alguien lloraba. Se asomó y descubrió a una muchacha desconsolada que sollozaba tirada en el suelo. A Leafar siempre le afectaba ver a la gente llorar, así que se acercó y poniéndole suavemente una mano en el hombro se dirigió a ella y con voz tierna le dijo:
- Hola, ¿Qué te pasa? Por favor no te pongas triste que seguro que lo que sea que te pasa tiene solución.
La muchacha levantó sus ojos y al mirarse los dos se llevaron una sorpresa mayúscula.
- ¡Ostras! Yo te conozco.- Dijo Leafar asombrado.- Tú… Tú eres la amiga de Hermenegilda!! ¿Qué haces aquí y por qué lloras?
- Hola -dijo la muchacha tímidamente.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó Leafar que seguía con su interrogatorio.
-Tú eres el chico que nos seguía, ¿verdad?
- Vaya, pensé que no os habíais dado cuenta.
- Deberías haber elegido un arbusto más grande. Lo único que no se te veían eran los pies dijo la muchacha esbozando por primera vez un amago de sonrisa.
- Lo que os habréis reído a mi costa, no?
- Pues sí, eras muy gracioso.
- Bueno ahora que he conseguido aliviar tu tristeza un ratillo, dime por favor ¿Qué haces aquí y por qué llorabas?
- Bueno, es una historia un poco extraña. Verás para resumir te diré que sí, como ya sabes soy amiga de Hermenegilda, la bella Hermenegilda. Vivo a su sombra y todos los chicos se enamoran de ella. La quiero y la odio al mismo tiempo aunque nos hemos criado juntas desde pequeñitas y sería incapaz de hacerle daño. Yo creo que nadie se da cuenta de mis sentimientos. Llevo un tiempo enamorada de alguien pero él no sabe ni siquiera que existo. Me estaba planteando ingresar en el templo como todas las solteronas, cuando un anciano me abordó. Era un hombre muy raro.
- No me digas más. ¿Te dijo que vivía en un espejo? ¿No te habrá enredado a ti también?
- ¿Cómo lo sabes?
- Pues, ¿Por qué te crees que estoy yo aquí? Parece ser que este hombre tiene un interés especial en mandar a la gente fuera del castillo a perseguir amores imposibles.
- ¿Ah sí? ¿Y por quien suspiras tú? Preguntó la muchacha abriendo sus luminosos ojos.
- Bueno, a ver cómo te lo explico. Espero que no te sepa mal pero mi amor es Hermenegilda.
-Oh! Hermenegilda.- Y sus ojos se llenaron de lágrimas en ese instante.
- No llores por favor. Seguro que tu amado se fijará en ti y seréis felices. No entiendo por qué los chicos no se fijan en ti. Eres muy guapa y tienes unos ojos muy bellos, extraños, pero bellos. – Dijo Leafar reparando en los ojos de la muchacha de un color indefinido entre violeta y azul y tan profundos y limpios como el océano.
- Ahora creo que moriré en este viaje- contestó la muchacha- pero iré de todos modos si logro encontrar el camino. Cuando me encontraste me había perdido y llevo dando vueltas todo el tiempo para salir al mismo sitio una y otra vez. Por eso lloraba.
- Si quieres puedes acompañarme un trozo del camino. Yo te ayudaré a encontrar tu camino. Tengo magia- mostrándole muy ufano en ese momento las dos cajitas que le quedaban.
- Te doy las gracias. En realidad no sé por dónde continuar y cualquier camino que me saque de aquí ya me vale. Yo tengo que encontrar una isla que hay en medio de un lago. Quizás pueda entender y encontrar consuelo a mi desdicha y tal vez un poco de esperanza. Por cierto, me llamo Altair.
- Que nombre más interesante. “La estrella más brillante”…
- Mis padres que eran muy optimistas.
- Pues encantado Altair. Mi nombre es Leafar.
- Tu nombre ya lo sabía, me lo dijo Hermenegilda.
Leafar sintió que el corazón se le salía del pecho. Hermenegilda lo conocía a él. Wow!!






Con las fuerzas renovadas continuaron cada uno con su misión y sus miradas puestas en su persona elegida. Mientras caminaban hablaron durante horas de lo que cada uno pensaba de la vida, de su infancia, de sus deseos y anhelos, de sus fracasos y de sus miedos. Se les fue la noción del tiempo y en un momento dado repararon que el sol ya declinaba y no sabían muy bien por donde seguir.
Leafar sacó su brújula y mirándola se preguntó qué dirección sería la correcta. Al final decidió ir hacia el norte, pues la aguja se empecinaba una y otra vez en señalar hacia allí. Salieron por fin a un claro con un grandioso árbol justo en medio. Decidieron refugiase unos momentos debajo. Dieron el primer paso dentro del claro confiados y contentos de encontrar refugio, cuando de pronto algo agarraba sus pies y al mirarse vieron como unas raíces se enredaban y tiraban de ellos como si quisieran engullirlos en la tierra. Leafar luchaba con su cuchillo, pero cada vez que cortaba una, brotaban nuevas raíces que lo enredaban cada vez más. Altair gritaba y se agarraba con fuerza a Leafar, pero era inútil, cada vez las enredaderas la arrastraban inexorablemente sin que ella pudiera hacer nada. Leafar al ver que no podía retenerla le pasó otro cuchillo para que ella pudiese luchar. No lo conseguía. Así que después de dudar un poco, primando su corazón sobre su propia conveniencia, cogió una de sus cajitas en cuya tapa estaba dibujada una espada y en un acto desinteresado se la pasó. Quizás así tuviera una oportunidad de salvarse.  Al cabo del rato la perdió de vista, aunque su última imagen le mostró a Altair luchando con gran valentía y coraje. Pero no podía entretenerse pues las raíces tiraban muy fuerte y empezaba a quedarse sin fuerzas. Ya volvería a por ella más tarde. Algunas raíces eran realmente fuertes y le costaba un mundo desprenderse de ellas.  Conforme iba cortando se dio cuenta que cada vez que la raíz se desgajaba de su cuerpo resplandecía una palabra. No lograba ver lo que ponía, cosa de le daba gran desazón. El, que siempre se había jactado de sus capacidades. Así que se dejó llevar y reconocer sus limitaciones y fue entonces cuando las palabras empezaron a coger forma. Como a cámara lenta iba leyendo cada una: “miedo al rechazo”, -esta era una raíz muy gorda- “pereza”, “culpa”, “auto exigencia”, “infravaloración”, “inflexibilidad”, “orgullo”, “gente tóxica”…

Con un último esfuerzo, ya casi si resuello, Leafar consiguió aferrarse al árbol y en cuanto tocó su rugosa piel el tiempo se detuvo, las raíces dejaron de tirar. Leafar cayó al suelo exhausto y en ese momento el árbol habló y dijo:
- Hola, hola, hola… ¿Cuesta desprenderse de esos lastres, verdad? Dijo el árbol.
Leafar se quedó con la boca abierta. ¿Un árbol que habla? Y ojiplático como estaba preguntó:
- ¿Quién eres? No había visto nunca un árbol que hablase.
- Es que encerrados en sus muros la gente no se da cuenta de las maravillas que los rodean. Más bien les tienen miedo. Dicen que somos seres malignos…
Mi nombre es Intuición. Es abreviado.  Antes tenía un nombre más largo que era “Las cosas que ya sabes y miras para otro lado”. Yo te puedo decir en todo momento cual es la verdad. Solo tú decides si me haces caso o no. Eres libre. Pero ahora que te has librado de esas enredaderas quizás sea todo más fácil a partir de ahora. ¿No crees? Tú hoy has demostrado una voluntad muy grande para llegar hasta aquí. Hace falta mucha humildad y valor, primero para reconocer y luego para cortar.
Hay quienes no lo consiguen y se ven arrastrados a las profundidades. No es definitivo, siempre pueden salir, pero a veces lo hacen muy tarde en su vida, incluso algunos mueren antes. Así que aprovecha y pregúntame lo que quieres saber.
En ese momento se fijó que el árbol estaba encadenado con unas gruesas cadenas.
- ¿por qué llevas esas cadenas?
- Bueno, le gente muchas veces prefiere ignorarme porque no les gusta lo que les digo y cuando insisto pues algunos me encadenan y prefieren seguir con sus fantasías. Pero hoy estoy de buenas y como te he dicho antes, puedes preguntar lo que quieras.
En esos momentos Leafar se acordó de Altair. La última vez que la vio estaba luchando, como él, con las raíces y después la había perdido de vista. Empezó a preocuparse y a sentirse un poco responsable de ella pues él la había animado a acompañarle. Se volvió hacia el árbol y antes de que dijera nada el árbol le contestó:
- No te preocupes por ella. Altair ha de cortar sus propias enredaderas y encontrar su propio árbol y seguir su propio camino donde la aguarda su propio destino. Es una chica fuerte. Seguro que lo conseguirá. Además tú no estás aquí por ella. Tú iniciaste esta aventura por Hermenegilda.
- Es verdad, aunque no puedo evitar preocuparme por ella. Pobreta… Me encantaría que pudiera cumplir su sueño.

- Pues verás, hablando en concreto sobre lo que yo quiero saber en estos momentos lo que más me interesa es saber el camino que he de escoger para llegar a la montaña sagrada.
- Bien, como puedes ver –contestó el árbol-  a partir de aquí solo se ven dos caminos. Uno es el correcto y el otro te conduce de vuelta al principio del bosque. Así que has de elegir uno.
Leafar examinó los dos caminos y le dijo al árbol:
- Creo que iré por el de la izquierda.
- Muy bien, correcto. ¿Y como has llegado a esa conclusión?
- El de la izquierda tiene un símbolo que ya he visto antes.
Leafar había visto en una piedra que estaba junto al camino el arco con su flecha que vio también en aquel árbol donde durmió la primera noche.
El árbol Intuición le dijo:
- Veo que has estado atento. Cuando caminamos o estamos con gente o tenemos que tomar una decisión siempre hay señales para el que tiene ojos para ver y oídos para oír, quiero decir que está atento. Sigue pues, que tu destino está cerca.
- Gracias. ¿Puedo hacer algo por ti?
- Si me liberas te acompañaré siempre que me necesites.
Acto seguido Leafar soltó las pesadas cadenas liberándolo y abrazando a tan ancestral árbol.


Leafar se levantó para seguir su camino ya con su Hermenegilda en mente y echando un último vistazo atrás, vislumbró a Altair que ya libre de ataduras conversaba con otro árbol, lo cual le produjo un gran alivio. Pero ¡Qué extraño! cuando entraron en el claro solo se veía uno. Se volvió para decirle a su árbol lo de esa distorsión. Pero el árbol ya no estaba y solo quedaba un charco de agua donde antes estaba tan magnífico ejemplar. Era libre. Se asomó al charco solo esperando ver su imagen reflejada y lo que vio lo dejo sin palabras. Al asomarse en vez de su imagen se reflejó la del árbol y en ese preciso momento se dio cuenta de que el árbol en realidad era él mismo y que las cadenas las puso él también en algún momento de su pasado y ahora por fin lo había liberado.

Con las fuerzas y la confianza renovadas Leafar puso un pie en el camino elegido y comenzó a caminar de nuevo. Se sentía como un poco más liberado. Continuó su caminar y por tres días no pasó nada, el camino seguía y seguía sin vislumbrarse ningún desenlace. De pronto recordó que debía estar atento y entonces mirando al cielo la vio. Una nube con forma de un arco con su flecha que señalaba hacia un monte de forma peculiar que aparecía en la lejanía. ¡Esta debe ser! ¡La montaña sagrada. Por fin!

Conforme se acercaba a la extraña montaña una sensación como de cansancio se iba apoderando de él y notaba como la mochila le iba pesando más y más. Se concedió unos momentos para descansar y se sentó al borde del camino. ¿Cómo es que la mochila le pesaba tanto? La abrió para repasar su contenido y fue sacando las cosas que portaba y así decidir si todo lo que llevaba era indispensable. Hablando como para sí mismo iba repasando:
- A ver que tenemos aquí. La brújula, ropa de recambio, jabón, comida, cuchillo, navaja multiusos, gafas de sol, gorro, linterna… Y esto?
En el fondo de la mochila descubrió unos paquetitos envueltos y en cada uno escrito su contenido. Los fue sacando uno a uno y fue leyendo los letreritos.
El primero que sacó era muy, muy pesado. Con razón estaba tan cansado y pesaba tanto la mochila. En la tapa ponía: Importancia de la opinión de los demás. Lo destapó y dentro encontró varias piedras con su propia inscripción: Familia, amigos, vecinos, jefes, autoridades y más piedras con más gente. No había sido consciente, hasta ahora que se situaba frente a este paquete y su contenido, de la cantidad de opiniones que tenía en cuenta a la hora de tomar decisiones. Uff!! Demasiada gente. Tantas personas a las que contentar era realmente pesado. Debería ser más yo mismo y dejar de tanto aparentar, pensó. Se dio cuenta de cuan grandes habían sido sus esfuerzos por ser aceptado.
Dejó a un lado  el paquete y cogió otro del fondo de la mochila también muy pesado. Este ponía: Huida hacia la zona de confort. Lo abrió también y fue mirando las piedras, que decían: miedo al sufrimiento, temor al qué dirán, vulnerabilidad, desconfianza, cobardía, preocupación excesiva del futuro, etc…
Todo esto le recordó a los largos periodos de enclaustramiento voluntario al que se sometía para no tocar estos temas. Como si las cosas se solucionaran solas viéndolas pasar! O no atreverse a hacer cosas nuevas para no verse con la obligación de tomar decisiones que modificaran ese estado de ficticia tranquilidad. Tenía que implicarse más en lo que él creía. Lanzarse y embadurnarse hasta las orejas y dejar de pensar en las consecuencias.
Lo dejó a un lado también y extrajo otro paquetito. Este pesaba un poco menos, pero lo suficiente para ser molesto cuando lo atarregas mucho tiempo. Este ponía: Ponerse las pilas solo cuando se siente la presión. Al abrirlo solo había una piedra que decía lo mismo que en la tapa. Cuanto tiempo perdido, cuanto talento desperdiciado! No sabía muy bien por qué tenía esa costumbre, pero la verdad es que cuando hacía las cosas cuando ya era apremiante la cosa, le salía una energía y una claridad asombrosas y se dio cuenta de la cantidad de cosas que podría hacer si no postergara la decisión de ponerse en marcha. Desde luego iría mucho más tranquilo y no sufriría el estrés de tener que hacer las cosas con tanta presión. Sí, era cansado. El éxito se le escapaba por ahí.
Miró dentro de la mochila y todavía quedaban un par de paquetes. Uno ponía Falta de recursos  y otro que decía Gastos imprevistos. Bueno, era cierto que esa falta de abundancia le tenía la mente más ocupada de lo que a él le gustaría, pues le impedía tener más tiempo para enfrascarse en sus diversos talentos. Los sacó y los dejó a un lado.
Miró todos los paquetes que había sacado y pensó en la cantidad de peso que llevaba arrastrando pues no recordaba ni un solo día en que no se cargara su pesada mochila encima para ir a cualquier sitio. Decidió abandonar los paquetes allí. Es más, la mochila entera también, ea! De hecho había encontrado todo lo que necesitaba por el camino hasta ahora y ¿por qué no iba a ser así de ahora en adelante? Así que cogió nada más que lo que le cupo en los bolsillos y se levantó. Fuera mochilas!

¡Que ligero se sentía ahora! Se puso en marcha y antes de que se diera cuenta se encontró delante de aquella extraña montaña. Que rápido había llegado sin tanto peso inútil. Enseguida supo que efectivamente era la montaña que estaba buscando. Más que nada por un letrero bien grande que decía: MONTAÑA SAGRADA.
Sí, sí, era evidente, no podía ser otra.
Ahora que estaba ten cerca no podía de dejar de sentir una gran excitación. No sabía que se encontraría, ni a lo que se podría enfrentar, ni si sabría estar a la altura de las circunstancias. El viaje no había sido fácil. Recordó el motivo por el cual había comenzado esta aventura, la bella Hermenegilda y el anhelo de conseguir su amor. Pero a lo largo del camino se había tenido que enfrentar a sus peores miedos y también hacer un azaroso viaje dentro de sí mismo que le había revelado cosas, que aunque siempre habían estado allí, ahora era plenamente consciente de ellas y eso lo animó pues ahora sabía hacia dónde dirigir su atención.

-Bueno, ¿y ahora qué? ¿Qué se supone que debo hacer? -Se preguntaba para sí mismo. Recordó en esos momentos lo que le dijo el anciano: “Tendrás que llegar a la montaña sagrada y buscar  un objeto único, lograr abrirlo y dentro encontrarás tu verdad”.
¡Pues anda que no es grande la montañita! Pensaba Leafar. No sé por dónde debo empezar a buscar…
La montaña era bastante monolítica, con forma de pirámide y no se le veía fisura ni entrada por donde penetrar. Y ya que buscando por el exterior no había visto nada que se pareciera al objeto que debía encontrar, le hizo  suponer que eso se encontraba en el interior. Leafar cerró los ojos y dejó que su cuerpo se tranquilizara y calmara el oleaje de pensamientos que recorrían sin cesar su hiperactiva mente. Confía en tu intuición, estate atento, se dijo.
Con la atención puesta en su propia respiración poco a poco se fue envolviendo en una profundidad consciente, iridiscente y colorida. Perdió la noción del tiempo y al cabo de un indefinido rato abrió los ojos y al mirar a su alrededor se dio cuenta de que ya no estaba en el exterior de la montaña sino dentro de ella, en una especie de cámara con multitud de objetos a cual más raro.
Maravillado por esa atípica tele-transportación fue recorriendo la estancia de arriba abajo, observando con los ojos abiertos de par en par todo lo que allí se encontraba y preguntándose cómo había sucedido el milagro.
- Un objeto único… Uff!!  Allí se encontraban como mil objetos únicos. Un violín con sogas en vez de cuerdas, un pincel sin pelos, un garbanzo de 50 centímetros, unas gafas sin cristales, cajas de diferentes tamaños y formas y así por el estilo. Iba andando por entre tanto extraño cachivache sin decantarse por ninguno en concreto cuando al pasar por delante de un gran espejo se miró y la imagen reflejada le devolvió a su conocido árbol, tan majestuoso como lo recordaba. Su Intuición.
- Hola, hola, hola… ¿Qué hay de nuevo? ¿Necesitas algo de mí? ¿Alguna pregunta? Recuerda que yo nunca te miento, -habló el árbol en ese momento.
- Ahora mismo se me ocurren doscientas mil. Pero la más importante es saber qué objeto he de buscar, pues de eso depende mi futuro y el de mi amada y entre tanto objeto estoy muy confundido. Ah! Y otra cosa: ¿Cada vez que me mire en un espejo o me refleje en una superficie te tengo que ver a ti? Al final me voy a olvidar de como soy o si llevo bien puesta la raya del pelo.
- Ja,ja,ja,ja. – El árbol se partía de risa. – Tranquilo, tranquilo. En cuanto te acostumbres a sentir mi presencia volverás a verte tal cual eres, aunque te advierto que los espejos, tan traviesos ellos, a veces muestran solo lo que queremos ver, tanto por lo bueno como por lo malo y tienen la mala costumbre de hacernos creer que lo que vemos es lo real. Cuando te suceda eso tendré que aparecer de nuevo para guiarte un poco. Y ahora vamos a lo realmente importante. Quieres saber que objeto buscar. Vamos a ver…
¿Sabes por qué hay tantos objetos y tan diferentes?
- Pues no.
- ¿Crees que eres el único que viene a esta montaña? Cada objeto tiene que ser algo especial para cada uno de los que vienen. Así que busca el tuyo, el que sientas que va contigo de una manera especial. No es el violín ¿Verdad?
- Va a ser que no.
- Mira otra vez, pero sin la mente. Usa tu corazón.
Leafar fue recorriendo con la mirada otra vez toda aquella suerte de objetos totalmente inconexos entre sí. Y allí, semienterrado entre varias piezas algo le llamo poderosamente la atención y sintió un pálpito al descubrir un libro con unas tapas singulares en las que una imagen tallada en su dura cubierta le reflejaba su propia imagen de una manera casi exacta.
- ¡Ostras! ¡Pero si soy yo!! . No me lo puedo creer.
Leafar intentó abrirlo pues sentía que allí estaban escritas las respuestas a todo lo que se había preguntado desde niño y lo mejor de todo, como llegar al corazón de Hermenegilda. Pero nada, no había manera de abrirlo. Lo intentó todo. Buscó algún resorte secreto, utilizó su cuchillo, lo estampó contra la pared varias veces, le habló como si fuera un ser vivo, incluso se le escapó un “ábrete sésamo”, pero nada, el libro continuaba tan hermético como al principio.
Cogió el libro y se sentó frente al espejo y su árbol.
- ¿Y ahora qué? ¿Tienes respuesta para esto? No hay manera de abrirlo.
-Creo que te has ofuscado un poquito. – respondió el árbol con una media sonrisa.
Esta actitud de autosuficiencia le irritaba sobremanera a Leafar.
- ¿Puedes dejar esa actitud de sabelotodo? Es más, no creo que lo sepas todo.
- Ay Leafar, ¿Cuándo aprenderás a confiar en mí? Reconozco que quizás alguien me puede engañar, pero si te dejas guiar por mí, el camino hacia la paz contigo mismo estará siempre despejado. Eso te lo puedo garantizar. Sé cómo tú eres. Tengo acceso a recuerdos que tú mismo olvidaste hace mucho tiempo, memorias incluso de antes que nacieras. Y todo lo hago por amor a ti. Así que cuando sientas mi llamada recuerda todo el amor que hay detrás de mis avisos.
- Oh! He sido injusto contigo. Perdóname. De ahora en adelante te escucharé siempre. – y al decir esto se le entelaron un poco los ojos por la emoción. – Bueno vamos, - dijo levantándose y con la mirada resuelta- tenemos un misterio que resolver y una chica a la que enamorar.
- Ole! Ese es mi chico!! Venga, vamos a por ello!!
Leafar asió el libro, le dio dos vueltas y enseguida se sentó otra vez.
- No sé cómo abrirlo. – Contestó descorazonado.
- No te desanimes tan pronto. Seguro que hay una manera. Empecemos por lo evidente. ¿Te has fijado bien en la tapa? ¿Qué ves?
- Me veo a mí mismo.
- Y ¿Qué más? Mira bien, porque yo veo más cosas. ¿Qué está haciendo? ¿Qué postura tiene? ¿Qué hay entre sus manos?


Leafar se fijó bien y entonces fue descubriendo cosas a las que no le había dado importancia pero que bien mirado le daban pistas. La figura estaba de pie con un brazo extendido como si quisiera tocar algo y en la otra mano tenía dos llaves. Frente a él se veían dos puertas. En una ponía VIDA y en la otra MUERTE y por detrás se comunicaban.
- ¿Qué significa esto? – Dijo Leafar.
- Significa que tienes que elegir – le contestó su Intuición con forma de árbol.
- Hombre! La respuesta es obvia creo yo.
- ¿Estás seguro? Te voy a plantear unas cuestiones. ¿Qué significa vivir?  Leafar abrió la boca para contestar pero su árbol le cortó y lo dejo con el gesto congelado.
- No me respondas, era una pregunta retórica. Sigo, ¿Qué significa vivir? ¿Respirar, comer, beber, dormir? Eso lo hacen hasta las plantas o cualquier bicho que anda por ahí. La decisión que te plantea el libro no está dirigido a cualquier ser vivo. Está dirigida a ti en particular. ¿Vives o solo respiras mirando todo pasar sin participar? ¿Vives la vida que tú quieres o la que quieren los demás? ¿Pones los cinco sentidos en las todas las cosas que haces sacándole todo el meollo a la vida o te escondes pensando que mejor no menear la mierda? ¿Piensas que todo lo que has hecho hasta ahora en tu existencia ha sido VIVIR? Y en cuanto a la muerte, parece obvio que nadie elegiría esa puerta a propósito. Pero, ¿hacia dónde te encaminas cuando maltratas tu cuerpo con alimentos,  bebidas o substancias que sabes que te perjudican claramente? ¿Hacia donde te llevan las emociones que se envenenan dentro porque no encuentran una salida digna o el estrés o el permitir que gente tóxica te está marcando el paso constantemente en tu vida?
Leafar escuchaba con la boca abierta. –Qué puñetero el árbol este- pensó. ¡Como sabe meter el dedo en el ojo!
-Lo bueno de todo esto es que, – siguió el árbol- como ves en la tapa, tú tienes la llave para ir hacia un lugar u otro. Pero cuidado, si no lo haces con la llave correcta las puertas se comunican. No sé si te habrás fijado pero las llaves también tienen nombre.
Leafar aguzó la vista y sí, es verdad, de las llaves colgaban unas etiquetas con un nombre en cada una. En una ponía AMOR y en la otra ponía MIEDO.
- Pues yo quiero vivir con amor…
- ¿Te has fijado como has contestado? Tú quieres esto o quieres lo otro. Pero un deseo no cambia nada, sin embargo una decisión lo cambia todo. Así que se vuelve a plantear la misma cuestión. El libro te está pidiendo que tomes una decisión.
Ahora lo entendía todo. Ahora estaba claro. Las raíces y enredaderas le habían mostrado algunas cosas y luego en su mochila había descubierto lo que le dificultaba el vivir y ya había tomado conciencia de que debía dejar atrás todas aquellas cosas y en el fondo ya había tomado la decisión de deshacerse de ellas, como con su mochila y cortarlas como con las enredaderas. Pero la cuestión era que si bien es cierto que eran decisiones correctas, ¿Qué llave había utilizado? ¿La del miedo o la del amor? ¿Es posible que al final sus puertas acabaran comunicándose?
Y comprendió que ahí estaba la cuestión de todo. ¿De dónde nacen nuestras decisiones? ¿Del amor o del miedo? Porque podemos pasarnos la vida entera siendo buenas personas, haciendo actos heroicos, incluso sacrificándonos por los demás y descubrir al final que solo era para parecer algo o porque teníamos miedo a no ser aceptado o no parecer menos que los demás o cualquier otra razón conectada con el miedo.

Leafar cerró los ojos y viajando de nuevo hacia su interior y desde lo más íntimo de su ser fue arrancando una a una  las numerosas capas de miedos. Miedos que lo habían acompañado durante toda su vida y debajo de todas esas capas encontró un niño acurrucado, él mismo. Y allí,  entre los dos se estableció una conexión de amor y fue hacia él y lo abrazó y en el refugio de sus brazos su niño cambió su expresión y se le iluminaron los ojos y en su cara apareció una gran sonrisa, la sonrisa de los inocentes y en sus ojos fue creciendo también una mirada de confianza, de que ya nada malo le podría ocurrir nunca más. Y desde ese espacio infinito nació una decisión imparable e incontenible de VIDA. Y cuando abrió los ojos se encontró sentado con el libro entre sus manos abierto de par en par.
Alzó los ojos y descubrió a su árbol que lo miraba desde el espejo con una expresión como la que tienen los padres cuando están orgullosos de sus hijos.
- Muy bien Leafar, al final has tomado tu decisión y has logrado abrir el libro. Anda, mira a ver lo que pone. ¿Cuál es tu verdad?
Leafar se inclinó sobre el libro y en la primera hoja antes de ver lo que decía ya sabía lo que estaba escrito: “CREER ES CREAR”.
Todo cuanto nos rodea, cosas, personas, situaciones, acontecimientos, incluso la percepción de nosotros mismos, están hechos de este material, de lo que nosotros establecemos como real y por lo tanto lo podemos modificar o permitir que estas realidades se petrifiquen en nuestra vida. Pero igual que con las puertas, el rumbo que tomará nuestra vida depende de con que llave decidimos modificar nuestras creencias.
La segunda hoja decía: TODO  ESTA SUCEDIENDO AHORA”.
El futuro todavía no ha llegado y además tiene la traviesa costumbre de que después de imaginarte 100 posibilidades distintas para estar prevenido en 100 situaciones distintas te sorprende con la 101, la que no habías previsto. Así que, ¿para qué preocuparse?
Y el pasado… el pasado ya no lo puedes cambiar y lo único que te ofrece es la posibilidad de aprender. Todo es perfecto aunque a veces duela. Así ¿por qué darle vueltas y más vueltas culpabilizándote? El presente es en donde hay que vivir. Ahí está todo lo que vale la pena. Hay que aprovecharlo antes de que se convierta en pasado.

¡Cuánta sabiduría en estas dos frases!

Volvió la hoja y vio que las demás estaban en blanco. Y Leafar cayó en la cuenta de que en su momento el libro se iría llenando según él fuese viviendo su recién estrenada nueva vida.
El árbol le sacó de sus cavilaciones.
- Tenemos un propósito que cumplir, ¿Te acuerdas?
- Y tanto que me acuerdo. Tenemos que volver a casa. Siento que no hay nada imposible.- Exclamó Leafar henchido de amor y confianza.
- Estoo… No es por ser aguafiestas, pero me parece que no pensabas en Hermenegilda ahora. Que a mí no se me escapa una.
- Oh, sí que sigo enamorado de ella, pero ¿sabes? Empecé esta aventura por ella, porque pensaba que sin su amor nada valdría la pena, pero he descubierto que el hecho que me quiera o no ya no es la causa de mi felicidad o mi infelicidad. He encontrado la fuente que hace que desee vivir y la he encontrado dentro de mí mismo. Ella ha sido el estímulo más poderoso para salir de aquellos muros y a ella le debo todo este revelador viaje  dentro de mí, cosa por la que la estaré eternamente agradecido y su lugar en mi corazón no se lo quitará nadie, pero me he dado cuenta que tampoco la conozco tanto, solo su fascinante belleza y la serenidad que desprende su mirada. Tengo que saber si ella siente lo mismo por mí, y quiero echar una mirada a su alma. ¡Cómo me gustaría que esa alma fuese igual que su aura! Y sí, tienes razón. Me he dado cuenta de que me concentro demasiado en lo que me llama la atención de primeras y la mayoría de las veces paso por alto lo que hay al lado, cosas evidentes además. Debería estar más atento y no dejarme deslumbrar porque ahora sé que me pierdo cosas importantes, a veces fundamentales y en ocasiones mucho mejores que en lo que estoy focalizado. Como con el libro…
- ¿El libro solo? – Le contestó su arbolada Intuición.
- ¿Qué quieres decir? ¿Ya has sacado tu dedo a pasear?
- No lo puedo evitar. Te guste o no, a partir de este viaje te acompañaré siempre y estaré mucho más presente pues tú me liberaste de mis ataduras. Ya sé que algunas cosas te gustaría no saberlas  pero créeme, te evitarás muchos disgustos si me escuchas. Aunque sé también que aun habiéndome escuchado y sabiendo positivamente el resultado, en alguna ocasión  tomarás decisiones contrarias solo por mantener tu palabra o por amor a alguien, lo cual honra tu honestidad. Pero como te decía, la mayoría de las veces deberías hacerme caso.
- Sí, es verdad. Te pido disculpas otra vez.
Leafar sabía a lo que se refería su Intuición cuando le preguntó eso. Se le hacía presente Altair. Con ella sí que había tenido la oportunidad de echar un vistazo a su alma y presenciar un alma valiente y honesta, parecida a la suya, que aun sabiendo que el resultado de su viaje no le traería a su amado secreto, ella había decidido continuar aunque se dejara la vida en ello solo por encontrarse a ella misma. Pero Altair estaba enamorada de otra persona, así que, después de  expeler un suspiro descartó seguir por esos pensamientos. Ojalá lo consiguiera y pudiera experimentar las revelaciones que él mismo había experimentado.
Ahora fue el árbol el que preguntó, sacándole de nuevo de sus pensamientos:
- Y ¿cómo piensas salir de aquí? Esto es bastante hermético.
- Pues igual que entré.

Y acto seguido Leafar se sentó, cerró los ojos y fue concentrándose en su respiración visualizando que se transportaba poco a poco a través de un paisaje onírico y fascinante. Pasó un rato indeterminado en el que no fue consciente de nada y solo una brisa fresca lo trajo de nuevo al presente. Abrió los ojos, miró a su alrededor y descubrió que estaba sentado en medio de un bosque con su libro en la mano. Ya estaba fuera. Ahora se le hacía apremiante su vuelta a casa y su encuentro con Hermenegilda. Se levantó de un salto y echó a andar y sus pies eran como si tuviesen alas. ¡Qué poderoso es el amor!

En su regreso ahora se le mostraban con claridad atajos por donde abreviar su viaje. Todo era más claro y sentía como si todo conspirara a su favor para llegar pronto a su destino, que todo cuanto lo rodeaba lo habían  puesto para él. Hoy era un gran día.
Y así, como sin darse cuenta se encontró de nuevo frente a sus conocidos y familiares muros.
Entró en la ciudad y se dirigió a casa de Hermenegilda. Por el trayecto se fue encontrando con viejos conocidos que le giraban la cara cuando se cruzaban con él. Se ve que había corrido la noticia de su osadía de salir y ver el mundo con sus propios ojos. Pero Leafar se sentía más libre que nunca. Solo le entristecía como se lo pudieran tomar sus padres, a los que quería y aunque ya no tuvieran las mismas creencias seguirían siendo merecedores de su amor y respeto. Sabía que les costaría entenderlo al principio, pero con el tiempo el amor vencería todos los obstáculos.

Aun le quedaba a Leafar una última sorpresa antes de encontrarse con su amada. Al volver la esquina que daba a su casa se encontró que toda ella  estaba rodeada por un ejército de soldados que custodiaban la entrada. Es curioso pero en los escudos estaba su propia imagen. “¿Cómo puede ser que los soldados sean supuestamente míos y a la misma vez me impidan pasar?” se dijo para sí. Se acercó y se dispuso a entrar cuando se topó con un soldado que impidiéndole el paso le dijo:
- Solo los guapos tienen éxito.
Se apartó de aquel y trató de entrar por otro sitio y se topó con otro soldado que  decía:
- Solo los ricos tiene éxito.
Aun así lo probó una vez más desplazándose unos metros y otra vez también se topó con otro soldado que le espetó:
- Solo los poderosos tienen éxito.
Tuvo que reconocer que gran parte de la sociedad se regía por estas creencias y con frecuencia se había topado con que el factor que decantaba la elección de unos y otros eran estos conceptos y los menos agraciados se pegaban a estos individuos para intentar recoger sus migajas. En el fondo era patético, pero las cosas parecían funcionar así.  Leafar ya no estaba dispuesto a aceptar como debía verse él mismo. Podía funcionar para el resto, pero para él ya no. De hecho reconoció que esos soldados no eran sino los vestigios de sus propias falsas creencias. Por eso llevaban su imagen en los escudos. Y tuvo que reconocer que estaban más arraigadas de lo que él creía.
Pues esto precisaba de algo más contundente que no solo el razonamiento.
Se fue para el primero de la fila y sabiendo que se toparía con esos soldados en otras ocasiones de su vida, se dijo que por lo menos no serían los suyos y acto seguido se dirigió al primer soldado de la fila, abrió la mano y con todas sus fuerzas le propinó un guantazo de tal calibre que toda la fila fue cayendo cual fichas de dominó hasta no quedar ni uno en pie. Levanto de nuevo la mano y todos los soldados salieron huyendo como ratas a esconderse.
Y con la autoestima es su sitio y las falsas creencias derrotadas  Leafar entró por la puerta dispuesto a declararle su amor a Hermenegilda.
Subió unas escaleras y al llegar al rellano, miró hacia un lado, miro hacia el otro y al fondo distinguió una luz que se colaba por una puerta abierta y hacia allí se encaminó. Llevaba dos pasos dados cuando sintió una voz.

- Hola Leafar. Te he visto llegar.
Se sobresaltó con aquel silencio roto de aquella manera tan súbita pero dulce a la vez y allí plantada delante de él estaba ella, Hermenegilda. El corazón se le disparó a mil por hora y por unos interminables instantes le abordó un pánico horroroso de no ser capaz de articular ni una sola palabra de su boca delante de ella. Pero enseguida recobró la compostura y contestó.
- Hola bella Hermenegilda. He recorrido una gran distancia y afrontado mil peligros dispuesto a todo con tal reunir el valor de presentarme ante ti y  decirte que desde el día que te vi sueño con pedirte que me permitas ser parte de tu vida y me dejes intentar demostrarte que soy digno de merecer tu amor. Nunca creí que fuese capaz de vivir lo que he vivido ni de atreverme a hacer las cosas que hecho y tú has sido la razón por la que renuncié a todo para al final encontrarme a mí mismo y vencer todos los obstáculos.
- Me halaga profundamente que un chico tan apuesto como tú haya hecho esas cosas por mí.
¿Apuesto ha dicho? No se podía creer que esas palabras salieran de la boca de Hermenegilda.
- Sé de ti hace tiempo.- Continuó la muchacha- Tengo varios cuadros tuyos. Deberías potenciar ese talento. Pero también sé que eres un inconformista y un soñador. No lo digo como algo malo, pues todos hemos sido inconformistas y soñadores en alguna ocasión. Pero me han educado de otra manera y mi vida ya está bien como está. Además has roto las leyes con todo lo que eso conlleva y yo no estoy preparada para vivir como tú. Yo ya he elegido a mi amado y reúne todas las condiciones que yo quiero en un hombre. Es guapo, es de las familias más influyentes de la ciudad y de las más ricas. No quiero arriesgarme a perder todo eso. Lo siento Leafar. Me siento muy honrada por lo que me has dicho pero creo que deberías seguir tu camino y encontrar a alguien que aprecie más el tipo de vida que ofreces. Y si todo esto no fuera así por supuesto que serías más que digno de tener mi amor.


En esos momentos a Leafar se le cayó el alma al suelo. Aun así le contestó:
- Creo que podría vencer todas esas cosas si me amaras. Podría hacerme rico, podría incluso hacer cambiar las leyes, podría convertirme en alguien importante. Incluso sería capaz de convencerte cantando todas las noches bajo tu ventana recitando para ti los más bellos poemas de amor. Insistiría hasta derribar tus defensas. Pero lo que no podría es no ser honesto conmigo mismo ni traicionarme. Seguiré siendo un inconformista y un soñador y si no puedo vivir en esta ciudad buscaré un lugar lejos de aquí para darle rienda suelta a mi ser. El respeto hacia mí mismo está por encima de cualquier persona.  Sé que gran parte de tu idea de vida está anclada en tus miedos Pero eso lo has de ver tú. Veo tus soldados rodeándote. Algún día quizás te liberes. Y ese día quizás me busques. Ahora me marcharé y queda aquí contigo mi más sincero deseo que encuentres la felicidad con todas esas cosas. Te llevaré en mi corazón siempre.
Y Leafar abandonó la casa cabizbajo y con las lágrimas apunto de derramarse. ¡Qué pena! Podrían haber sido tan felices.
Anduvo sin rumbo fijo un rato y después se sentó en una plazoleta del casco viejo bastante solitaria que le permitía estar allí solo y desapercibido para pensar en todos aquellos acontecimientos.
Si era su destino estar solo pues lo haría con dignidad y aceptación. Quizás la vida le tenía reservadas otras sorpresas emocionantes y en seguida se irguió y se sintió dispuesto a vivirlas. Todavía sentía un nudo en la garganta y ya no pudo retener más las lágrimas cuando vio a Altair, que abrazada a un muchacho, era la misma imagen de la felicidad. ¡Vaya lo consiguió! Se dijo alejándose entre sollozos.
Leafar intento escabullirse para no interrumpir a los dos amantes. Pero como en él era habitual y también debido a su poca visión, entelada por las lágrimas, tropezó con un tiesto lleno de geranios que al caer se llevó consigo un letrero que anunciaba unas ofertas de un comercio cercano, todo ello con gran estruendo.
En esos momentos Altair descubrió a Leafar que se cubría la cara para que nadie le reconociera y se acercó a él.

-Hola Leafar. Creía que no te volvería a ver. ¿Cómo te fue todo? ¿Has conseguido lo que querías?
Cuando se encontraron las dos miradas, Altair dedujo que no demasiado bien a juzgar por la expresión de Leafar. De su manga sacó un pañuelo y se lo ofreció.
- Pues no como yo esperaba. Y tú, ¿conseguiste llegar a tu isla?
- Sí, lo conseguí. La magia que me cediste fue fundamental. Te estoy profundamente agradecida. No fue fácil, pero al final encontré mi verdad.
- Y te trajo a tu amado, por lo que veo. Al menos uno de los dos lo ha conseguido. Me alegro por ti.
Altair abrió la boca para contestar pero Leafar la interrumpió.
- ¿Sabes? Creo que ya no me queda nada aquí y me iré. Necesito salir de aquí y construirme mi propia vida lejos de estas absurdas leyes y de estos absurdos muros. Cómo me hubiera gustado irme acompañado de mi amor. Pero no ha podido ser.
Y mirando a Altair a los ojos le dijo:
- Altair, ojala me hubiera enamorado de ti aquel día. Hubiese acertado de pleno. En este viaje me he podido asomar a tu alma y he sentido tu fuerza y tus nobles sentimientos. Eres una mujer extraordinaria. Que suerte tiene ese muchacho. ¿Era él tu amado secreto?
- No, no era él.
- Y ¿Quién era?
Altair abrió la boca para contestar pero Leafar la interrumpió de nuevo.
- No me lo digas, es mejor así. Que seas feliz.
Leafar le acarició la cara y se volvió para marcharse cuando unas manos le retuvieron y una voz le dijo al oído:
- Eras tú Leafar, eras tú. Siempre fuiste tú.
Leafar se volvió y su mirada se encontró con unos ojos luminosos, profundos y limpios que lo miraban. Se fundieron en un abrazo infinito y un rayo de sol se coló entre las nubes iluminando a las dos almas.
- Entonces- dijo Leafar- ¿Quién es el muchacho que te abrazaba?
- Es mi hermano. Me despedía de él porque yo también he decidido dejar esta ciudad.
En ese momento Leafar puso una rodilla en el suelo y delante de ella, cogiéndole la mano, le dijo:
- Altair, ¿Quieres acompañarme? Contigo sé que nada nos hará retroceder. Juntos fundaremos un lugar donde reine la libertad y el amor.
- Iré contigo al fin del mundo. – le contestó Altair.
Se cogieron de la mano y comenzaron a caminar en dirección al sol que ya se escondía en el horizonte.
Leafar se metió la mano libre en el bolsillo y palpó la cajita de magia que le quedaba  que en su día le proporcionó el anciano y se dio cuenta que no la había usado. La abrió por curiosidad y dentro había una estrella en miniatura y una inscripción que decía: LA ESTRELLA MÁS BRILLANTE.
Wow! Miró a Altair y pensó que eso sí que había sido pura magia.
De pronto sintió vibrar el libro que llevaba debajo del brazo. Lo abrió y en la tercera hoja recién escrito se leía SIGUE ESA ESTRELLA”              
Y llevaba una firma con forma de árbol.                                


FIN