domingo, 6 de mayo de 2012

LA FABULA DEL LEON Y LA HIENA





LA  FÁBULA DEL LEON Y LA HIENA

 “Hace muchísimos siglos, cuando los animales sabían hablar y todos comían hierba, habitaban en un lugar de la selva grandes manadas de cebras, búfalos, elefantes, jirafas, antílopes y muchos más. 

Pero hacía ya algún tiempo que un león muy grande y poderoso los tenía a todos atemorizados. Tenía un ejército de hienas, siempre con el ceño fruncido y con cara de mala leche, que se pasaban el día dando mordiscos a los animales que no hacían lo que él disponía y mandaba castigar a su antojo al que se quejaba un poco. 

De vez en cuando, desde lo alto de una loma, daba unos discursos larguísimos donde les decía que, si no fuera por él, vendrían unas misteriosas fieras que, por cierto nadie había visto, a comérselas y a llevarse a sus cachorros.

 Los pastos escaseaban porque estaban ya muy sobreexplotados. Pero no podían salir del territorio que él había delimitado. 

El que quería saber más era considerado un enemigo. Hacía que unos se delataran a otros y cuando eso ocurría, a los delatores, les daban una exigua recompensa que consistía en asomarse por unos momentos al otro lado de la montaña y mordisquear unos cuantos gramos de hierba fresca.
Por aquellos días, la hiena Rodolfo era casi un cachorro y se pasaba el día correteando con las cebras y jugando con las ardillas y estaba un poco triste porque sus amigos pasaban hambre.

Su padre, que era uno de los generales de más prestigio, le llevó un día a la montaña y le enseñó el otro lado donde se veían unos campos inmensos llenos de unos pastos vigorosos y abundantes. Y con voz grave le dijo: “¿Ves todo eso? Pues solo el gran León y nosotros podemos entrar ahí”. Rodolfo preguntó: ¿Y por qué solo nosotros?”
-Porque somos los privilegiados. Nosotros nos encargamos de que todo el mundo acate lo que dicta el gran León y él nos permite comer lo que deseemos e ir a donde queramos
-Pero los demás animales también quieren ir donde hay más comida. ¿Por qué no pueden?
-Porque siempre ha sido así y ¡no me discutas! Tú también serás un guardián y lo entenderás.
Rodolfo no entendía porque tendría que hacer daño a sus amigos. Con lo que se reía él con el sapo Miguel. Contaba unos chistes que, es que te partías la caja. Y lo buena que era la leoparda Fernanda, que a veces le invitaba a comer. Además, andaba medio enamorado de una lobita que le hacía ojitos. 

Los padres de Rodolfo estaban preocupadísimos de ver a su hijo, que se pasaba el día con la risa floja y le decían que les estaba prohibido reír. Y “¿por qué?” preguntaba él. “Pues, porque lo manda el gran León; no soporta la alegría a su alrededor”.
Rodolfo creció y se convirtió en un animal formidable;  le sacaba casi una cabeza a sus compañeros. Seguía sin estar conforme con la injusticia que se cometía con sus amigos, que había conservado con el paso de los años. Se veía obligado a pertenecer a los guardias, pero se las apañaba para estar siempre con papeleos y así no tener que morder a nadie
.
Un año hubo una gran sequía y las cosas se pusieron muy feas. Los animales estaban hartos de que solo los guardias tuvieran toda clase de comida y comodidades y ellos no. Rodolfo les traía comida a hurtadillas, pero no era suficiente. 

También les dijo una noche, que lo de las fieras era mentira y que era una forma de tenerlos atemorizados para que nadie rechistara. 

Los animales, entonces, decidieron rebelarse y salir al otro lado, a los campos, donde había más que suficiente comida para todos.
 Pero alguien los había delatado y los apresaron. La sentencia se ejecutaría al día siguiente. Y lo peor de todo, habían designado a Rodolfo como encargado de castigar a sus amigos.
 Todo estaba preparado. Todos los animales de espectadores (Se obligaba a que estuvieran todos presentes para que cundiera el ejemplo). El gran León en su trono, la guardia en fila al lado de su líder y Rodolfo, allí de pie, con el corazón partido en dos. 

Cuando llegó el momento, Rodolfo cogió carrerilla y se abalanzó a toda velocidad con la mirada fiera sobre sus atemorizados amigos. Pero justo cuando ya esperaban la primera dentellada, Rodolfo saltó por encima de ellos en el aire y dibujando con su cuerpo una gran parábola, se lanzó contra el gran León. 

El gran León no se esperaba esto y con los ojos desorbitados por la sorpresa, cayó hacia atrás rompiéndose una pata. Las demás hienas se quedaron estupefactas viendo como el gran león era vulnerable también y no se atrevieron a atacar a su fuerte compañero. 

Los demás animales, en ese preciso momento, se dieron cuenta que, si bien las hienas tenían dientes afilados, ellos eran más, que la verdad no es patrimonio del que manda y que, por más que lo intentaran, no podrían con ellos. 

Así que ya nada les impidió cruzar los límites impuestos y por fin acceder a la comida sin restricciones. Casi atropellan al delator que estaba amorrado mordisqueando unas hierbas y que al ver a sus compañeros triunfar, fue muy consciente de lo ruin y egoísta de su proceder. 

Las hienas se dieron cuenta que no necesitaban someterse al tirano ni hostigar a los demás animales para gozar de los mismos privilegios que cuando regía el gran León. 

Los demás animales dejaron que el gran León siguiera viviendo apartado en una cueva, para que se diera cuenta de lo inútil de sus amenazas, que escuchaban como el que oye cacarear a las gallinas. 

Nombraron jefe a Rodolfo y desde entonces las hienas recuperaron… la risa.”